Detalle de pinturas rupestres de la cueva de Chauvet, Francia. Fuente de la imagen:http://animals-partner.blogspot.com.es/2015/06/chauvet-cave-wall-painting-of-animals.html |
Lee atentamente este artículo del gran escritor Antonio Muñoz Molina y contesta
las preguntas que aparecen al final del mismo.
Pisadas en la arcilla
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
En la cueva de Chauvet,
en el sureste de Francia, están impresas sobre la arcilla las pisadas de un
niño de entre ocho y diez años, que medía alrededor de uno treinta y se
iluminaba con una antorcha. El carbón de la antorcha dejó sus marcas regulares
a lo largo de la pared. Gracias al análisis de esos residuos se sabe que este
niño se internó en las sombras móviles de la cueva de Chauvet hace unos
veintiséis mil años, de modo que las suyas son las huellas humanas más antiguas
de las que tenemos noticia. No hay más huellas cerca: el niño entró solo en la cueva.
La luz de la antorcha iluminaría lo que descubrieron por azar unos espeleólogos
franceses en 1994, una sucesión de galerías con imágenes de animales pintadas o
hendidas sobre la roca y la arcilla, el bestiario fabuloso de las especies que
hace treinta milenios deambulaban por las sabanas de Europa, mamuts, leones,
rinocerontes, grandes osos, caballos, panteras, ciervos imponentes llamados
megaceros, bisontes. Las pinturas de Chauvet son las más antiguas de las que se
tiene noticia, muy anteriores a las de Lascaux y las de Altamira: y sin embargo
revelan una maestría infalible, un dominio de la anatomía y del movimiento y de
la síntesis visual que permite representar la cabeza y la joroba de un mamut o
el hocico de un rinoceronte con un solo trazo, aprovechando además las
protuberancias de la pared rocosa para sugerir el volumen.
Pero lo más extraño no
es la formidable calidad formal de esas pinturas, que desmiente cualquier
noción evolutiva en el arte: lo extraño, lo que nos atrae de verdad hacia
ellas, es la familiaridad que sentimos al mirarlas. En la manera en que miraban
el mundo esos seres humanos hay algo que reconocemos, igual que en esas huellas
que podían ser las de los pasos de uno de nuestros hijos, o en esas manos
trazadas en blanco sobre las paredes contra un contorno rojizo de óxido de
hierro. Alguien apoyó una palma abierta y con la otra mano sostuvo el hueso o
la caña por los que sopló el óxido. Si nos estuviera permitido tocar la pared,
superpondríamos sobre esa mano fantasma la nuestra y encontraríamos una
coincidencia casi exacta.
A las manos impresas en
las paredes de las cuevas con frecuencia parece que les faltan las falanges
superiores de uno o de varios dedos, nunca el pulgar. Se especuló en otro
tiempo que la causa podían ser amputaciones por congelación o por accidentes de
caza. Ahora se sospecha que en realidad son dedos doblados para indicar ciertos
signos de vocabularios silenciosos, indicaciones o avisos de algo, gestos de
pertenencia a un clan. Lo he aprendido en unos de esos libros inesperados que
uno encuentra sin haberlos buscado y en los que se sumerge con felicidad
durante varios días, Los pintores de las
cavernas, de Gregory Curtis, que trata del misterio insoluble del
significado de la pintura prehistórica y a la vez cuenta la aventura moderna de
su descubrimiento, en la que hay episodios novelescos de exploraciones audaces
y hallazgos de tesoros y también de mezquinas intrigas y venganzas académicas,
de manuscritos perdidos, exilios y suicidios. Como algunas novelas, el relato
de Curtis sucede en dos planos temporales muy alejados entre sí que acaban
constituyendo una sola trama. El primero de ellos dura, asombrosamente, unos
veinte mil años, a lo largo de los cuales se mantuvo más o menos intacta una
tradición plástica de una sofisticación que no tiene nada de primitiva, y que
sin más remedio debería de formar parte de una cultura mucho más rica y más
amplia de la que no ha quedado nada, igual que han extinguido las especies de
animales magníficos que atravesaban Europa en migraciones populosas,
proporcionando a aquellos pueblos cazadores no sólo su alimento, sino también
la materia de sus rituales y de sus mitologías, de los cuales las pinturas de
las cavernas son reliquias en gran medida indescifrables. El segundo relato es
mucho más cercano: empieza en 1879, en Altamira, cuando una niña que acompaña a
su padre en la excavación de una cueva mira hacia el techo y ve algo en lo que
el padre no ha reparado, unas figuras de bisontes rojizos. Al pobre Marcelino
de Sautuola el descubrimiento de las pinturas de Altamira no le deparó ninguna
gloria, sino humillaciones y disgustos, y murió prematuramente con la amargura
de un escarnio sin consuelo. Eran los años en que se difundía, entre furiosas
diatribas, la teoría de la evolución, y algunos de sus partidarios, explica
Curtis, quisieron creer que las pinturas eran falsificaciones calculadas para
desacreditarla. Si las artes, como los organismos, evolucionan de lo más simple
a lo más complejo, ¿cómo era posible que unos bárbaros habitantes de las
cavernas hubieran sido capaces de pintar con tal maestría?
De un modo u otro, el
prejuicio del primitivismo se mantuvo en las interpretaciones más habituales de
los especialistas: las pinturas formarían parte de rituales mágicos para propiciar
la caza. Pero los animales pintados en las cuevas muchas veces no son los
mismos que se cazaban para comer. En algunas de ellas se han encontrado pruebas
de que los pintores, mientras hacían su trabajo, habían comido carne de reno,
pero no había renos entre los animales que pintaban, y sí otros que inspirarían
pavor, como rinocerontes o leones o mamuts. No fue un especialista en pintura
prehistórica, sino un historiador del arte con inclinaciones filosóficas, Max
Raphael, intuyó por primera vez que las acumulaciones de animales en una gruta
podían ser no resultado del azar sino de un propósito compositivo regido por
alguna forma de geometría y de simbolismo, cuya clave sería probablemente la
forma de la mano extendida. Max Raphael era judío alemán y pasó por Francia
huyendo de los nazis. En su exilio de Nueva York vivió obsesionado por las
pinturas de las cuevas, negándose a aceptar que culturas tan refinadas en su
imaginación plástica y en sus técnicas de representación no hubieran poseído
también una complejidad espiritual. Misántropo, angustiado por la soledad y el
fracaso, Max Raphael se suicidó en 1951. Unos meses antes le había mandado a la
prehistoriadora francesa Annette Laming-Emperaire treinta páginas de borradores
y notas para un libro que nunca llegó a escribir: Sobre el método de
interpretar el arte paleolítico.
Como en el universo
inquietante que nos explican los físicos, en el relato de los pintores
prehistóricos lo que vemos y lo que sabemos está rodeado por la materia oscura
de lo desconocido. Las pisadas del niño que llevaba la antorcha en la cueva de
Chauvet van en una sola dirección. En la cueva de Trois Frères hay una figura
solitaria en el punto más alto del techo que tiene cabeza de ciervo, torso y
cola de caballo y piernas de hombre que puede ser un chamán en estado de trance
o un personaje fantástico, pero que nos estremece sobre todo por el gesto con
el que parece volverse el espectador como si acabara de descubrir la presencia
de un intruso, o la de un semejante. -
Bibliografía recomendada:
Los pintores de las cavernas: el misterio
de los primeros artistas. Gregory Curtis. Traducción de Eugenia Vázquez
Nacarino. Turner. Madrid, 2009. 324 páginas.
Cuestionario
1. Resume tres ideas esenciales del
texto.
2. Identifica varias cuevas de arte rupestre.
¿Cuál es considerada la más antigua?
3. Las pisadas de un ser humano más
antiguas que se han conservado están fechadas circa….
4. ¿Qué animales aparecen representados
en pintura de la cueva de Chauvet?
5. “Las manos trazadas en blanco sobre
las paredes contra un contorno rojizo de óxido de hierro” son…
6. ¿En qué consiste la técnica
aerográfica?
7. ¿Quién descubrió las cuevas de
Altamira?
8. ¿Qué pueden querer decir o significar
las representaciones de animales en las pinturas rupestres?
9.
Explica el
significado de: bestiario; deambulaban; sabana; infalible; protuberancia;
misterio insoluble; sofisticación; escarnio; pavor.
Para saber más sobre Chauvet:
Genial artículo de Algargos sobre Chauvet, aquí.
Trailer sobre "la cueva de los sueños olvidados".