Hotel Luxor, Las Vegas, EEUU
La bellísima actriz Elisabeth Taylor caracterizada como Cleopatra (1963)
La egiptomanía en las artes decorativas
La egiptomanía en la moda
Reloj Cartier de 1927 o un ejemplo de la fusión art déco-egiptomanía
La pirámide de Pei en el Louvre, 1989
Esta actividad consiste en la lectura y posterior comentario y debate en clase sobre este interesante extracto de un texto de F. Lara Peinado llamado "Egiptomanía". Abunda en referencias culturales que no podemos dejar pasar por alto...
EGIPTOMANÍA
(De Egipto y manía);
sust. f.
1. Afición exagerada a la egiptología o estudio del
antiguo Egipto: la egiptomanía de Occidente ha dado lugar a numerosas películas
y libros.
[Historia] Prácticamente, desde que Egipto fue visitado
por los primeros viajeros griegos (entre ellos, Hecateo de Mileto y Heródoto), el país, sus costumbres y sus
monumentales templos y tumbas (sobre todo las pirámides) causaron una enorme
impresión y, consecuentemente, una admiración extraordinaria. Egipto acabó
convirtiéndose muy pronto en un mito, gracias a los escritos de algunos de los
más importantes historiadores y geógrafos griegos. La admiración por el país de
las pirámides pasaría muy pronto a Grecia, y de aquí a Roma y más tarde a toda
la cultura occidental, que ha conseguido mantenerla a través de los siglos y
hasta la actualidad, como dejan ver las recreaciones artísticas que
constantemente se suceden (todas las esferas artísticas han sido tocadas por la
egiptomanía) y las numerosísimas publicaciones, tanto científicas como de
divulgación y entretenimiento, existentes en todo el mundo. Entre éstas últimas
hay que señalar, como muy influyentes, la novela de Mika Waltari (Sinuhé, el egipcio)
y las del Premio Nobel Naguib Mahfuz (La
batalla de Tebas, La maldición de Ra). En el caso español, las de Terenci Moix (entre ellas, No digas que
fue un sueño), y en el mundial, las del actual y prolífico egiptólogo francés Christian Jacq (caso de su pentalogía
sobre Ramsés II o su trilogía El Juez de Egipto y otros best sellers). A ello se añaden las constantes visitas turísticas
al país del Nilo desde los más diversos rincones del planeta, las numerosas
exposiciones montadas en diferentes países (baste recordar tan sólo las del
Petit Palais de París en torno a La
Gloria de Alejandría -1998- y la del Arte
Egipcio en Tiempos de las Pirámides -1999-), siempre muy concurridas y, por
supuesto, la innumerable serie de productos de consumo fabricados en todo el
mundo con el reclamo del país de los faraones, que podrían ir desde los cómics,
la filatelia y los muebles de diseño hasta el cine y la ropa interior, por
citar unos ejemplos.
La frase de Heródoto,
“El Egipto al que los griegos llegan por mar es para los egipcios tierra
adquirida y un don del río”, puede tomarse como una de las citas obligadas de
la egiptomanía, dado el entusiasmo que la misma encierra implícitamente. Dicho
historiador del siglo V a.C., que dedicó el Libro II de sus Historias a Egipto,
contribuyó de manera innegable a difundir el interés por todo lo egipcio (historia, monumentos, costumbres). Su Libro II se convirtió en
obra de consulta obligada durante toda la Antigüedad, siendo, de hecho, quien
despertó la pasión por Egipto. Anteriores a Heródoto fueron Hecateo y Homero, que también dejaron
notar su interés por Egipto. El primero en su Periegesis y el segundo en sus
grandes obras, la Odisea y la Ilíada. Para Homero, el río Nilo, nombre que
sirvió para identificar al país, nacía milagrosamente “de la lluvia del cielo”
(Odisea, IV, 475-479). También en la
Ilíada mantiene su asombro por Egipto, llegando a acuñar la idea de la gran
riqueza de Tebas, ciudad que tenía nada menos que “cien puertas” (IX, 379-384).
Asimismo, Hesíodo, en su Teogonía (V. 338), hizo al Nilo descendiente de la
unión de una diosa de las aguas primordiales con el mítico Oceáno. Esta
concepción mítica del gran río también estaría presente en el famoso trágico
griego Esquilo. Diodoro Siculo
(siglo I a.C.) dedicó asimismo el primero de los libros de su Biblioteca
Histórica a Egipto, destacando la feracidad de sus tierras, debidas al más
importante río, según él, del planeta, el Nilo. En aquellas ideas de abundancia
y prosperidad también insistiría el historiador y geógrafo Estrabón (30 a.C.), quien dedicaría el Libro XVIII de su Geografía
a la descripción del país, volviendo a remarcar su autosuficiencia en todos los
órdenes.
La admiración por Egipto continuó durante la época
helenística, años en los que una dinastía greco-macedónica llegó a regir los
intereses históricos egipcios desde la gran ciudad de Alejandría, enclave en sí
mismo extraordinario dada la riqueza y esplendor de sus monumentos, y que llegó
a contar con una de las maravillas de la Antigüedad, su famoso faro, que, junto
a la tumba de Alejandro Magno, eran elementos más que justificados para motivar
el interés de cuantos a ella acudieran. El poeta griego de Siracusa, Teócrito, del siglo III a.C., llegó a
cantar en uno de sus Idilios (el XVII) que Egipto era la tierra más fértil del Universo, tierra gobernada en su opinión por el viril
Ptolomeo, que no era otro que Ptolomeo II, a quien el poeta aduló durante su
estancia en Alejandría. Otro elemento que contribuyó a mitificar a tal ciudad
y, por extensión, a todo Egipto, fue su famoso museo o Casa de las Musas, uno
de cuyos componentes era la célebre Biblioteca, foco del saber universal de la
Antigüedad. Asimismo, la obra de Horapolo, un egipcio del Alto Egipto que vivió
en e siglo IV de nuestra era y que escribió en copto unos Hieroglyphica (con
caracteres simbólicos, que intentaban imitar la escritura jeroglífica),
contribuiría siglos después a popularizar tal tipo de escritura, que durante
muchísimos años constituyó un verdadero enigma interpretativo.
La mitificación de Egipto y el gusto por todo lo
relacionado con aquel país se debió asimismo a los romanos, que habían hecho
del territorio norteafricano una de sus más ricas provincias. A pesar de una
primera aversión de tipo político hacia los Ptolomeos y Cleopatra VII, fruto de la propaganda de Octavio
Augusto, Egipto acabaría siendo exaltado en época imperial, y diferentes
emperadores no dudaron en construir importantes edificios que constituyeron
también un gran señuelo para multitud de viajeros romanos. Además de lo
construido por orden de Augusto (en Dendur, Kalabsha -aquí con un templo
dedicado al dios nubio Mandulius- y Dendera) y Tiberio, el gran Nerón decoró
varios templos y Trajano edificó en la isla de Philae un quiosco para el
servicio de las procesiones. A la riqueza de monumentos faraónicos, todavía en
su esplendor, se unía el gran atractivo de la religión egipcia y de sus
dioses (en especial Isis, que contó con templos en Pompeya, Herculano y la
propia Roma), así como el de las virtudes
terapéuticas de algunos de sus templos, que hacían de los mismos un motivo más
para acudir a los grandes recintos sagrados egipcios, los cuales fueron
visitados hasta el siglo III de nuestra era. Uno de los ilustres visitantes
romanos de Egipto fue el emperador Adriano, que viajó al mítico país en dos ocasiones
(en el 117 y en el 129) atraído por su civilización. Las experiencias místicas
de los fieles de Isis quedaron reflejadas en El asno de oro, de Apuleyo,
coetáneo de Antonino Pío, emperador que también viajó a Egipto. Su sucesor,
Marco Aurelio, construyó un templo a Hermanubis, el Hermes egipcio. Cómmodo,
por su parte, testimonió una devoción particular por los cultos isíacos, y
también Septimio Severo viajó por Egipto.
Sin embargo, la acción de Teodosio (384) y luego de Justiniano
(543), que ordenaron suprimir los cultos paganos y clausurar los templos, fue
un duro golpe para la religión y el arte egipcios, y significó un retroceso en
el interés por lo referente al territorio norteafricano. Además de las tres
grandes pirámides, se sabe que los Colosos
de Memnón (que en realidad son estatuas del faraón Amenofis III) fueron los
que mayor interés despertaron entre los visitantes, lo cual sirvió para que se
tejieran en torno suyo diferentes leyendas. También surgieron exóticas y
absurdas narraciones surgidas en torno a las pirámides, al tiempo que muchos
obeliscos egipcios fueron llevados a Roma y se construyeron tumbas en forma de
pirámide (la más popular fue la de Cayo Cestio, en Roma) y villas y jardines a
la egipcia (caso de los de Loreio Tiburtino), sin olvidar que la serie de
cultos extendidos por el Imperio contribuyeron a una mayor egiptomanía. Una de
las fuentes más famosas de la egiptomanía romana fue la Tabla Isíaca, llamada
también Mensa Isíaca o Tabula Bembo (hoy en Turín -Italia-), una tabla de
bronce del siglo I, romana, con la figuración de numerosas divinidades egipcias
que, redescubierta en 1525 y publicada años después por A. Kircher, causó un
enorme impacto.
Egiptomanía en tiempos
medievales
A pesar de la conquista árabe en el año 640, Egipto
mantuvo el interés del mundo europeo durante los tiempos medievales gracias
sobre todo a sus pirámides y a su escritura jeroglífica, que, obviamente,
seguía sin ser descifrada. Las primeras seguían ejerciendo la tradicional
atracción incluso sobre los gobernantes que controlaban el país, caso del
califa abásida El-Maamun, que las visitó a comienzos del siglo IX. Dos
siglos después, Abu Yakub penetró en la gran pirámide con el objeto de buscar
fórmulas mágicas tendentes a curar enfermedades, convertir las piedras en oro y
averiguar el futuro, señuelos que, a pesar de los evidentes fracasos, no
arredraron a otros importantes personajes de tiempos posteriores. El sultán
Aziz Othiman, hermano del famoso Saladino
I, llegó a comienzos del siglo XII a la descabellada
idea de derribar las pirámides, a fin de obtener cuanto de riqueza se hallase
en su interior, pero la magnitud del esfuerzo que
ello hubiese significado libró a las mismas de su desaparición. Sin embargo,
empezó la época en la que las pirámides pasaron a funcionar como cantera,
utilizándose muchas de sus piedras en la construcción de fortificaciones y
mezquitas de El Cairo. Por supuesto, las leyendas sobre Egipto, sus monumentos
y gentes continuaron difundiéndose en el mundo cristiano, llegando así a hacer
del área septentrional egipcia parada obligada en las peregrinaciones hacia Tierra Santa.
Egiptomanía durante los
tiempos modernos
El humanismo renacentista, volcado en la recuperación de
las antiguas Grecia y Roma, también se fijó en Egipto, y comenzaron a manejarse
los viejos textos medievales que habían copiado los Hieroglyphica de Horapolo,
obra descubierta en Grecia a comienzos del siglo XV. Otro de los trabajos de la
egiptomanía fue el de Francesco Colonna,
aparecido en 1499 y titulado El sueño de
Polifilio. En dicha publicación se narraba el fantástico viaje que un joven
había tenido en sueños y durante el cual había hallado magníficos monumentos e
inscripciones jeroglíficas (prácticamente todas ellas inventadas), que se
atrevió incluso a interpretar. En 1589 se escribió el primer relato de viajes
sobre Egipto, realizado por un mercader desconocido y llamado El veneciano anónimo, texto que alcanzó
un enorme éxito. Durante los siglos XVII y XVIII, Egipto comenzaría a ser
enfocado ya bajo estudios prácticamente científicos, después de abandonarse la
imagen un tanto distorsionada que se había tenido del país del Nilo en tiempos
del barroco. Incluso el gran William
Shakespeare abordaría el tema egipcio en su obra Antonio y Cleopatra, inspirada en una de las Vidas paralelas de Plutarco. Diferentes escultores (C. Michel,
A.-G. Grandjacquet) pusieron de moda las figuras de Osiris, Isis y Antinoo, este último el favorito del
emperador Adriano; por su parte, numerosos pintores (Tiepolo, Mengs, Gauffier, Cagnacci o Lorrain, por citar algunos) contribuyeron con sus cuadros a
popularizar el tema de la reina Cleopatra, muy en boga entonces y referente
inexcusable de la egiptomanía.
Por su parte, el artista Giambattista Piranesi (1770-1778) significó un gran aporte a la
egiptomanía por su decoración de interiores (Café des Anglais, de la Plaza de España, en Roma -Italia-) y por la
publicación de sus tratados técnicos defendiendo el arte egipcio, que aplicó
incluso al diseño de sus chimeneas a la egipcia. Otros artistas (Hubert Robert, por ejemplo), se
centraron en la representación de ruinas de obeliscos y paisajes nilóticos.
Tres importantes estudiosos, el danés F. Louis Nordem, el inglés R. Pococke, y
el francés C. Sicard, continuaron manteniendo vivo el interés por el antiguo
Egipto con sus trabajos. La gran expedición de Napoleón
Bonaparte a Egipto en 1798, tras los informes de Vivant Denon, motivaría la
difusión de una verdadera egiptología por todo Occidente que, no obstante, en
ningún caso desplazaría a la egiptomanía.
El momento histórico del Romanticismo del europeo continuó manteniendo notablemente la
difusión de lo egiptológico entre viajeros
(G. B. Belzoni), pintores y dibujantes
(Girolamo Segato, Gustave Doré -con sus magníficas ilustraciones de la Biblia-
E. Long, David Roberts, H. Horeau, F. Faruffini, E.-J. Poynter, J.-A. Rixens,
A. Cabanel), escultores (I. Broome,
H. Chiparus, H. Ducummun, H. Weekes, E. L. Picault, Ch. H. J. Cordier) y literatos, uno de los cuales, Gustave Flaubert contribuiría muchísimo
a dicha difusión con su memorable libro Viaje a Oriente. Ni que decir tiene que
el Art Nouveau quedó en parte
integrado en la egiptomanía (caso de la famosa acuarela-gouache Cleopatra de A. Cossard, de 1899). La Inglaterra victoriana,
asimismo, se preocupó por todo lo egipcio, contribuyendo a tal interés las
magníficas piezas atesoradas en sus museos de Londres, Oxford y Cambridge.
Diferentes miembros de la familia real inglesa, así como funcionarios (éstos en
su camino obligado a la India), visitaron Egipto
y trajeron a su regreso numerosos objetos y, sobre todo, momias. Incluso a
comienzos del siglo XIX, en la Sala Egipcia
de Piccadilly (Egyptian Hall),
diseñada por P.F. Robinson y decorada interiormente por J.B. Papworth, se efectuaban sesiones públicas de aperturas de momias,
que constituían un gran aliciente visual para los espectadores. La famosa aguja
de Cleopatra, un obelisco del faraón Thutmosis III que se había transportado
por orden de Augusto a Alejandría, y que se levantó junto al Támesis en 1877,
contribuyó lógicamente a la imagen idealizada que el público inglés tenía de Egipto.
Lo mismo cabe decir del norteamericano, pues, por aquellos mismos años
(1879-1881), en el Central Park de
Nueva York también se erigió otra aguja de Cleopatra, esto es, el obelisco
gemelo de Thutmosis III, ubicado en su día en Heliópolis. Años atrás (1836), en
la Plaza de la Concordia de París
(Francia) se había levantado un obelisco de Luxor, de la época de Ramsés II,
acontecimiento que, según las crónicas, congregó a más de 200.000 personas. En Berlín, en 1841, se construyó un museo
por orden del rey Federico Guillermo IV de Prusia para albergar la colección
egipcia y los materiales traídos por K.R. Lepsius del país africano. Su gran
sala reproducía un patio egipcio columnado que imitaba una estancia del
Ramesseu (tal museo fue destruido en 1943 durante un bombardeo). Numerosos
palacios y mansiones de toda Europa tuvieron durante el siglo XIX salas
decoradas con motivos y mobiliario de imitación egipcia. Asimismo, infinidad de
enseres de la vida cotidiana (juegos de té, relojes, pianos de cola, vasos,
platos sillones, sillas, lechos, candelabros, medalleros, tinteros, etc.)
fueron decorados o se fabricaron a la
egipcia. Al propio tiempo, los mitos egipcios y el carácter astral dado a
las pirámides, entre otros factores y condicionantes, motivaron el nacimiento
de algunas sectas, entre ellas, la Secta de la Gran Galería, y la edición de
algunas revistas más o menos esotéricas (una de ellas, La verdadera religión de
Osiris), sectas y publicaciones que, junto a otras, aún permanecen en nuestros
días. No hay que olvidar que la francmasonería
y los rosacruz llegaron a adaptar sus recintos siguiendo disposiciones
egiptizantes. En San José de California existen todavía varias edificaciones de
los rosacruz totalmente a la egipcia. De entre ellas sobresale el llamado Museo Rosacruz, trazado por Earle Lewis
(1967).
Egiptomanía en el siglo
XX
Los grandes hallazgos arqueológicos (cabeza de Nefertiti en Tell el-Amarna en 1912 por
H. Borchardt; tumba de Tutankhamón por
H. Carter en 1922 en el Valle de los Reyes; tumba KV 55 por Kent Weeks en 1988,
previos trabajos preparatorios, también, en el Valle de los Reyes) y el
constante aire de misterio dado por muchos viajeros (e incluso investigadores)
a las pirámides y a todo cuanto estuviera conectado con Egipto, han seguido
provocando durante todo el siglo XX (y lo continúan a las puertas del nuevo
milenio) la admiración popular por la tierrra de los faraones, manteniéndose
así la fiebre de la egiptomanía. La misma llegó también a alcanzar el campo de
la perfumería, en el cual
sobresalieron las cristalerías Baccarat
de París, que lanzaron para la casa de perfumes Bichara una serie de frascos de
colonia cuyos pomos representaban una cabeza de faraón, tocada con el nemes y cuya
particularidad consistía en que reproducía los rasgos del propio Bichara. La
misma casa cristalera diseñaría para los perfumes Monne nuevos tipos de frascos egiptizantes bajo el reclamo de las
marcas Ramsés y Lotus sagrado. En 1928, la compañía de cristalería Saint Louis
diseñó para Perfumes Bichara un delicioso frasquito en forma de obelisco,
incluso decorado con jeroglíficos. Por otro lado, la construcción de la gran
pirámide de cristal y metal en el Patio Napoleón del Museo del Louvre (París),
inaugurada en 1988 y obra del arquitecto americano de origen chino Ming Peï,
viene a reforzar la presencia de lo egipcio en nuestra civilización. Lo mismo
cabe decir del extraordinario y más monumental hotel del planeta, con 5.005
habitaciones (Hotel-Casino de Luxor),
construido en la ciudad del juego, Las Vegas (Estados Unidos), y formado por
una pirámide de bronce de 30 pisos de altura con una monumental reproducción de
la esfinge de Gizeh en sus accesos.
La música también se ha ambientado en muchas ocasiones en
el tema egipcio (caso de Mozart con
su Flauta mágica, Haendel, Schoenberg
o Strauss), siendo, sin embargo, la obra más conocida y el prototipo general la
celebérrima “Marcha de las trompetas” de la ópera Aida de Giuseppe Verdi,
supervisada por el egiptólogo A. Mariette y estrenada en 1871. Otras óperas
también se habían centrado en la temática egipcia, caso de La muerte de Cleopatra de S. Nasolini (1792), Los amores de Antonio
y Cleopatra de J.-P. Aumer (1808) o El
hijo pródigo de E. Scribe (1850). En el caso particular español la obra
musical más famosa es La Corte del
faraón, con libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios, y música de
Vicente Lleó (1870-1922). Dicha música ha contribuido también, sin duda, a
expandir la egiptomanía, pues sigue presente en nuestros días no sólo mediante
su puesta en escena, sino también por su difusión en multitud de anuncios
radiofónicos y televisivos (videoclip), la mayor parte de los cuales emiten a
intérpretes contemporáneos del mundo del rock y del pop, inspirados en el
antiguo Egipto, caso de los cantantes y grupos Riccardo Wolf, Pyramide, Iron
Maiden, ZZ Top y Bangles, por citar algunos. También el music-hall ha recurrido
en numerosas ocasiones a temas egiptizantes.
Por su parte, el ballet
ha utilizado temas del antiguo Egipto, destacando las puestas en escena de la
célebre Hija del faraón, de M. Petipa
(1862); La hija de Khéops, de C. Dall’Argine y Montplaisir (1871), y Cleopatra,
de S. de Diaghilev (1909).
Lo mismo cabe decir del cine, con un gran número de
filmes históricos, intriga y misterio de desigual calidad, y que se podrían
ejemplificar en la interesante cinta La
mujer del faraón (1921), de E. Lubitsch, en la que intervinieron como
asesores un equipo de egiptólogos, y en los tan visionados de Cleopatra, cuya
versión de 1963 con Richard Burton y Elizabeth Taylor arruinó a la Compañía
Fox; Los Diez Mandamientos, de la
Paramount, dirigida por Cecil B. De Mille, con Charlton Heston y Yul Brynner en
los papeles estelares; Muerte en el Nilo,
que traducía en imágenes la interesante obra de Agatha Christie, titulada Poirot en Egipto; Sinuhé el egipcio, la
aventura del médico egipcio ideada por Mika Waltari, puesta en imágenes por
Michael Curtiz e interpretada por Edmund Purdom y Victor Mature; La momia, con la extraordinaria
actuación de Boris Karloff en el papel estelar; Tierra de faraones (1955), dirigida por Howard Hawks; La maldición
de los faraones (1959), film de T. Fisher con Christopher Lee, hasta las más
recientes de Faraón (1965), del
polaco J. Kawalerowicz; La venganza de la
momia (1973), ésta española; Stargate
(1994), de R. Emmerich, y La sombra del
faraón (1999), de R. Mulcahy e interpretada por Jason Scott Lee y Louise
Lombard. (…) En dibujos animados, hay que reseñar la obra de la Factoría
Spielberg, El príncipe de Egipto de
notable ejecución técnica, como exponente y resumen de tal tipo de
cinematografía.
Sería larguísima, por otra parte, la relación de revistas de divulgación o periódicas
(fascículos) y de libros infantiles y juveniles publicados (y que continúan
editándose) que tengan como centro de interés o ambientación el antiguo Egipto.
Baste citar los dos extremos, que pueden ir desde las novelas de aventuras de
Emilio Salgari (El sacerdote de Ptah)
hasta la llorada Gloria Fuertes (La momia tiene catarro). Por su parte, la
televisión mundial, con programas divulgativos sobre Egipto y la difusión de
filmes y vídeos (éstos con mayor o menor aire de cientifismo) siguen
contribuyendo de un modo notabilísimo al mito de la egiptomanía. Hasta tal
punto llegó ésta que el movimiento hippy de los años sesenta no dudó en tomar
como bandera de pacifismo al propio faraón Akhenatón.
Tanto la arquitectura privada (casas, hoteles,
cafeterías, farmacias, teatros, cines, pastelerías, accesos a cementerios
-Boston, Toulouse, New Haven, Alberobello- y tumbas -aquí con muchos ejemplos,
desde el Panteón Llovera de 1883, de A. Martorell Trilles, en el Cementerio de
Valencia, o el Panteón Baüer, del arquitecto F. Arbós y Tremanti, de hacia 1910
y situado en el Cementerio Británico de Madrid-), como la pública (edificios
oficiales, zoológicos, monumentos, jardines, mobiliario urbano), toda ella con
mayor o menor grado de extravagancia, también han copiado cánones egipcios.
Bastaría con citar el Hotel Beauharnais,
de París, con su gran pórtico egiptizante (1807), obra de N. Bataille; la Puerta egipcia (Propilei Egizi), del
Parque de la Villa Borghese de Roma, obra de L. Canina (1828); la Puerta
egipcia del Parque Alejandro, en Puskin, no lejos de San Petersburgo (Rusia),
obra del inglés A. Menelas (1827-1830); la Sala egipcia, en los londinenses
almacenes Harrods; ciertos sectores de los zoológicos de Amberes (Bélgica), Berlín o Hamburgo
(ambas ciudades de Alemania), la Gran Pirámide-Balneario americana de Memphis
(Tennessee), el Transamerican Building de
San Francisco (California), esbelta estructura
apiramidada de 257 metros de altura, y la fachada del Palacio de Correos y
Comunicaciones y el Gran Aquarium del Zoo, estos últimos en Madrid (España),
para demostrar tales influencias y, en su caso, copias.
Párrafo aparte merece el Monumento al Soldado Desconocido de la Guerra del Yom Kippur
(1973), levantado en El Cairo y consistente en una moderna estructura
piramidal. En 1981, tal pirámide fue escenario del asesinato del presidente
Anwar el Sadat.
Otras manifestaciones de
la egiptomanía
Sería prolijo recoger con detalle cuantas manifestaciones
de la egiptomanía pueden detectarse en nuestros días en infinidad de enseres y
objetos. Baste citar que todas ellas están presentes en joyería, bisutería, muebles de diseño (continuadores éstos de los
estilos Imperio y Regency), tarjetas postales, llaveros, envases de productos
de cosmética, ropas (destacan las típicas camisetas con el nombre del comprador
en jeroglífico o con la reproducción de la Piedra Rosetta) y marcas comerciales
de todo tipo de productos (sopas, vino, cerveza, chocolates, etc.). En
todos ellos se puede observar cuánto la imaginación de los diseñadores ha
concebido acerca de lo que entienden por egipcio: batallas, efigies de faraones
y de reinas, templos, tumbas, palacios, estatuas, escenas de género, pirámides,
barcos sagrados, plantas y animales, cetros, armas, columnas, instrumentos
variados y otros mil y un objetos faraónicos. No hay que olvidar que muchos de
los barcos que cubren las líneas con Oriente, además de estar bautizados con
nombres tan expresivos como Champollion o
Mariette-Pachá, están decorados con motivos propios de la egiptomanía. Incluso
la marca comercial de máquinas de coser Singer llegó a decorar alguna de sus
series (15 K 71) con la típica esfinge cubierta con el nemes. Hasta muchas de
las armas blancas, enseñas, botones de uniformes militares y cañones de algunos
países han estado decorados con esfinges, leones y jeroglíficos. Hallamos
también motivos faraónicos, por ejemplo, en el papel moneda del propio Egipto,
numerosas series filatélicas de diversos países (en Egipto aparecieron en
1866), marcas de tabaco, símbolos de compañías petrolíferas e infinidad de
cromos emitidos en numerosos países.
Mención aparte merece la egiptomanía reflejada en el
mundo de los cómics, filón abierto,
entre otros, por el francés J. Martin (1948), cuyo personaje Alix actúa en la
Alejandría del siglo I a.C.; el americano E. P. Jacobs (1954), con una aventura
del profesor Mortimer en busca de la
cámara secreta de Horus, y por el belga Hergé (1955), al hacer participar al
intrépido Tintín en una aventura faraónica (descubrir la tumba del faraón
Kiuh-Oskh, personaje que no ha existido). A estos autores les seguirían A.
Uderzo y R. Goscinny (1965), quienes situarían una hazaña de Astérix en
territorio egipcio y en época de Cleopatra; el belga L. De Gieter (1974),
iniciador de la saga de Monsieur Papyrus;
los franceses D. Hé (1980), autor de El
halcón de Mu; E. Bilal (1986), creador de la trilogía La mujer trampa; D.
Haziot y H. Baranger (1989), autores de L’or du temps, magníficamente
reconstruido en cuanto a la arqueología faraónica, y los italianos Sclavi,
Chiaverotti y Dall’Agnol (1991), creadores del investigador de lo sobrenatural
Dylan Dog. Posteriormente, el cómic de los americanos T. Dezago, R. Case y G.
Wright (1997), titulado Return of the
living Pharaoh, aludiría a Akasha, joven mujer de gran poder gracias a
estar poseída por el espíritu de un faraón y al manejo del cetro de Horus; sin
embargo, fracasaría en su enfrentamiento (como no podía ser menos) con el gran
héroe americano Spiderman. Ni siquiera el gran Walt Disney escapó a la
atracción por Egipto, haciendo intervenir a su famoso Pato Donald en aventuras
egipcias, con las consabidas momias.
Frente a la egiptomanía o Egyptian Revival, Nile Style o Faraonismo, de fácil consumo popular
y planteados todos esos movimientos casi siempre como evasión lúdica y claro
negocio mediático, pero que constituyen un claro fenómeno cultural de memoria
colectiva, se halla la egiptología que, con rigurosas bases científicas,
intenta profundizar en el conocimiento de la milenaria historia del antiguo
Egipto.
Exposiciones sobre
egiptomanía
Entre las más importantes exposiciones centradas en el
tema de la egiptomanía, deben ser reseñadas las siguientes:
1-París (1938). Bonaparte en Égypte. Musée de
l’Orangerie.
2-Munich (1972). Weltkulturen und moderne Kunst. Haus der
Kunst.
3-Nueva York (1979). Egyptomania. The Metropolitan Museum of
Art.
4-Parma (1983). Imaggini per Aida. Istituto di Studi
Verdiani.
5-Brighton/Manchester (1983). The Inspiration of Egypt. Its Influence
on British Artists, Travellers and Designers, 1700-1900. Brighton
Museum/Manchester City Art Gallery.
6-Autun (1988). L’Égypte redécouverte.
Bibliothèque Municipale.
7-Frechen-Bachem (1988). Pyramiden. Galerie Jule
Kewenig.
8-Yonkers (1990). The Sphinx and the Lotus: The Egyptian Movement in
American Decorative Arts, 1869-1939. Yonkers (Nueva York), The Hudson River
Museum.
9-Brookville (1990). Napoleon in Egypt. Brookville (New York), Hillwood
Art Museum.
10-Figeac (1990). L’Égypte, Bonaparte et Champollion. Figerac,
Hôtel de Balène.
11-Estrasburgo/París/Berlín (1990-1991). Mémoires d’Égypte.
Estrasburgo, église Saint-Paul / Paris, Bibliothèque Nationale / Berlin, Museo
de Egiptología.
12-Bruselas (1991). Du Nil à l’Escaut. Banque Bruxelles
Lambert.
13-Ciudad de México (1991). El sueño de Egipto. La influencia del arte
egipcio en el arte contemporáneo. Ciudad de México, Centro Cultural Arte
Contemporáneo.
14-Brookville (1992). Egyptomania. Brookville (New York),
Hillwood Art Museum.
15-París/Ottawa/Viena (1994-1995). Egyptomania. Paris,
Musée du Louvre / Ottawa, Musée des Beaux-Arts du Canada / Viena,
Kunsthistorisches Museum.
ADAM, J. P.: “L’archéologie travestie”, en L’Archéologie
et son image, pp. 185-199. (Juan-les-Pins: 1988).
AUFRÈRE, S.H.: La Momie et la
Tempête. (Avignon: 1990).
BALTRUSAITIS, J.: La Quête d’Isis: Essai sur la
légende d’un mythe. Introduction à l’égyptomanie [Reedición]. (París:
1985).
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