¡Saludos!
Me ha encantado la última exposición de Miquel Barceló en la Galería Elvira González de Madrid, pero es que yo soy muy fan de su obra y generalmente me gusta todo lo que hace. En esta muestra, se pueden contemplar algunos cuadros y varias piezas cerámicas -unas más interesantes que otras-. Me gusta su toque picassiano, matérico, que me recuerda también a Tàpies...
Con motivo de esta exposición, Barceló ha escrito un jugoso Manifiesto del Barro:
ESCRIBÍ UNA VEZ que si empecé a trabajar con arcilla es porque en GogolySangha (Mali) el viento no me dejaba pintar. Seguramente así fue, pero todavía más seguro es que con esta arcilla no hacía otra cosa que seguir pintando.
Como previamente con mis cuadros tuve que empezar de cero: una vieja alfarera de Banani me enseñó donde recoger la mejor tierra y el modo de prepararla. Después de mezclarla con estiércol de camello y asno así como con cascotes machacados de viejas ollas y tinajas (chamota) amasando repetidas veces esta masa (olorosa masa) dejándola fermentar antes de amasarla otra vez se obtiene una arcilla de una cierta plasticidad —nada parecido a cualquier arcilla del comercio blandas y flexibles como plastilina- la suficiente para, al menos poder empezar a modelar algo: una cabeza.
La primera obra en arcilla dogón empezó siendo una calavera a la que pensaba engancharle dos grandes orejas. Ante la fealdad atroz del resultado, sustituí las orejas por una larga nariz puntiaguda, un poco mi nariz pero más larga todavía… Me di cuenta de que era Pinocchio cuando, entre el secado y la cocción (rudimentaria) el tamaño de la cabeza se redujo un quince por ciento. Entonces fue la evidencia misma —así suele ser siempre en todas mis obras, sean del material que sean— que la larga nariz son las mentiras que persisten a la muerte. Me lo dijo una mujer y me acuerdo: yo no suelo buscar explicaciones más allá del título, que por otra parte podría haber sido perfectamente Cap de nin amb nas llarg.
Seguramente fue cuando realizaba la piel cerámica que recubre una capilla de la catedral de Palma cuando ya fue evidente que este material era otro de mis materiales pictóricos, incluso la manera de realizar la obra, solo a puñetazos y manotazos —pero también con brochas y pinceles, drippings y goterones— a giornattas de 4 a 10 metros cuadrados, como Tiepolo, como Giotto, como el pintor de Altamira o de la cueva de la Pileta, metro a metro, día a día. La auténtica y sola medida es nuestra propia vida. Uno se va dando cuenta de estas cosas. Así, la terracota, eso que llamamos cerámica, sería como el genérico de la pintura, como el ácido acetilsalicílico lo es de la Aspirina.
Siempre me acuerdo del búho de Chauvet, trazado con el dedo índice sobre la capa de limo tierno que recubría entonces las paredes de la cueva. 25 segundos, 27 tal vez, calculo que tardó el Maestro del Dedo Meñique Atrofiado (este es su nombre) en trazar la poderosa curva de la cabeza, un poco hundida en las alas cerradas con enérgicas rayas verticales. Las dos orejas enhiestas y los dos puntos que nos miran desde el futuro. Esta gran obra maestra está hecha de arcilla, de barro, limo. Ni siquiera terracota, tierra seca: como Massacio, como todo.
Más información: en la web de Elvira González , en masdearte y en este artículo de Ángeles García.
No hay comentarios:
Publicar un comentario