¿Existió el cielo de Munch?
Por Jorge Alcalde
El 2 de mayo, la empresa de subastas Sotheby's pretende poner en venta una de las cuatro versiones de El grito de Munch. Se trata de la copia que el autor noruego se hizo a sí mismo en 1895 y una de las más interesantes de la misteriosa obra desde el punto de vista científico.
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En esta versión, el cielo está dominado más que en ninguna otra por los peculiares colores rojos y amarillos que, como lenguas horizontales de fuego vivo, han asombrado a los amantes del arte y a los astrónomos. Porque resulta que los astrónomos tienen mucho que decir sobre él.
El propio Edvard Munch se preocupó de dar alguna pista sobre las razones de tan inusitada coloración celeste al escribir el conocido poema sobre el marco del cuadro:
Parece que la respuesta reside en una mezcla de todo ello.
El estudio de la obra ahora subastada permitió hace unos años a una pareja de físicos de la Universidad de Texas en San Marcos saltar a la fama. Don Olson y Russell Doescher combinaron sus conocimientos de historia del arte y astronomía forense para averiguar qué escondía el cielo de El grito. Y parece que lo descubrieron. El culpable fue el volcán Krakatoa.
En mayo de 1883 el volcán indonesio comenzó a experimentar una serie de erupciones que no se detuvo hasta el 27 agosto de ese mismo año, cuando la última de las explosiones voló literalmente la isla que le daba cobijo. Es uno de los episodios volcánicos más graves que ha registrado la historia humana. Los 3.000 habitantes de la isla de Sesebi (a unos 12 kilómetros del volcán) murieron enterrados en lava, cenizas y flujos piroclásticos. Otros miles de personas murieron por los tsunamis posteriores o por la llegada de lava, a lomos de las olas del mar, a 300 kilómetros de distancia. El número total de víctimas mortales superó los 36.000. El tsunami más grande llegó hasta las costas de Sudáfrica, donde los barcos amarrados en puerto recibieron la agitación de las aguas.
La nube de cenizas emitida a la atmósfera recorrió el planeta, oscureciendo durante años los cielos de prácticamente todas las latitudes. Los atardeceres eran inusualmente rojos. El Sol lució durante meses rodeado de un halo marrón conocido como Anillo de Bishop, y al anochecer en medio mundo se podía contemplar una extraña luz púrpura.
No hace falta ser un artista ultrasensible para dejarse impactar por tales acontecimientos, desde luego. La tesis de los astrónomos de San Marcos es que Munch reflejó en su obra el impacto que los cielos volcánicos generaron en la población europea. De hecho, desde 1883 y hasta bien avanzada esa misma década, en todo el Viejo Continente se repitieron los cielos de fuego casi cada atardecer.
La tesis cientificista de El grito ha sido muy discutida por los críticos e historiadores del arte. Para ellos, Munch, como buen pintor expresionista, anduvo muy lejos de representar literalmente la naturaleza que le rodeaba. Pero eso no ha desanimado a los astrónomos forenses a seguir investigando sobre la obra del noruego.
Otro de sus cuadros, Noche estrellada, ha servido para saldar una vieja polémica crítica. Tanto éste como Amanecer en Asgardstrand y La tormenta pertenecen a un periodo de la vida de Munch en el que los historiadores no se ponen de acuerdo: ¿fueron pintados en Alemania?, ¿los creó durante su visita a su Asgardstrand natal en 1893? Estudiando la posición de los astros y la textura de los cielos en los lienzos, los científicos han podido determinar que los tres fueron pintados en Noruega y en un periodo de sólo un mes, en agosto de 1893.
De hecho, la estrella más brillante de Noche estrellada no puede ser otra cosa que Júpiter (visible en ese momento desde Asgardstrand), y los registros meteorológicos confirman borrascas intensas el verano de aquel año, que propiciaron cielos muy similares a los pintados por Munch en La tormenta.
Con tales precedentes, no estaría mal que en la subasta del próximo día 2 terminara llevándose el gato al agua una institución científica. ¡Aunque está la ciencia... como para comprar cuadros
El propio Edvard Munch se preocupó de dar alguna pista sobre las razones de tan inusitada coloración celeste al escribir el conocido poema sobre el marco del cuadro:
Estaba yo caminando por la carretera con dos amigos / a la puesta del sol – El cielo se tornó rojo sangre / Y sentí un aroma de melancolía – Me quedé parado / muerto de cansancio – por encima del negro-azulado / de las leguas de sangre y fuego del Fiordo y la Ciudad – Me quedé atrás / temblando de Ansiedad – y sentí el gran grito de la Naturaleza.¿Eran esas lenguas de sangre y fuego un producto de la inestable mente de Munch, o existieron de verdad? ¿Han de contemplarse como una consecuencia de la paranoide ansiedad del autor? ¿Como una simple metáfora? ¿Como la representación realista de un acontecimiento astronómico?
Parece que la respuesta reside en una mezcla de todo ello.
El estudio de la obra ahora subastada permitió hace unos años a una pareja de físicos de la Universidad de Texas en San Marcos saltar a la fama. Don Olson y Russell Doescher combinaron sus conocimientos de historia del arte y astronomía forense para averiguar qué escondía el cielo de El grito. Y parece que lo descubrieron. El culpable fue el volcán Krakatoa.
En mayo de 1883 el volcán indonesio comenzó a experimentar una serie de erupciones que no se detuvo hasta el 27 agosto de ese mismo año, cuando la última de las explosiones voló literalmente la isla que le daba cobijo. Es uno de los episodios volcánicos más graves que ha registrado la historia humana. Los 3.000 habitantes de la isla de Sesebi (a unos 12 kilómetros del volcán) murieron enterrados en lava, cenizas y flujos piroclásticos. Otros miles de personas murieron por los tsunamis posteriores o por la llegada de lava, a lomos de las olas del mar, a 300 kilómetros de distancia. El número total de víctimas mortales superó los 36.000. El tsunami más grande llegó hasta las costas de Sudáfrica, donde los barcos amarrados en puerto recibieron la agitación de las aguas.
La nube de cenizas emitida a la atmósfera recorrió el planeta, oscureciendo durante años los cielos de prácticamente todas las latitudes. Los atardeceres eran inusualmente rojos. El Sol lució durante meses rodeado de un halo marrón conocido como Anillo de Bishop, y al anochecer en medio mundo se podía contemplar una extraña luz púrpura.
No hace falta ser un artista ultrasensible para dejarse impactar por tales acontecimientos, desde luego. La tesis de los astrónomos de San Marcos es que Munch reflejó en su obra el impacto que los cielos volcánicos generaron en la población europea. De hecho, desde 1883 y hasta bien avanzada esa misma década, en todo el Viejo Continente se repitieron los cielos de fuego casi cada atardecer.
La tesis cientificista de El grito ha sido muy discutida por los críticos e historiadores del arte. Para ellos, Munch, como buen pintor expresionista, anduvo muy lejos de representar literalmente la naturaleza que le rodeaba. Pero eso no ha desanimado a los astrónomos forenses a seguir investigando sobre la obra del noruego.
Otro de sus cuadros, Noche estrellada, ha servido para saldar una vieja polémica crítica. Tanto éste como Amanecer en Asgardstrand y La tormenta pertenecen a un periodo de la vida de Munch en el que los historiadores no se ponen de acuerdo: ¿fueron pintados en Alemania?, ¿los creó durante su visita a su Asgardstrand natal en 1893? Estudiando la posición de los astros y la textura de los cielos en los lienzos, los científicos han podido determinar que los tres fueron pintados en Noruega y en un periodo de sólo un mes, en agosto de 1893.
De hecho, la estrella más brillante de Noche estrellada no puede ser otra cosa que Júpiter (visible en ese momento desde Asgardstrand), y los registros meteorológicos confirman borrascas intensas el verano de aquel año, que propiciaron cielos muy similares a los pintados por Munch en La tormenta.
Con tales precedentes, no estaría mal que en la subasta del próximo día 2 terminara llevándose el gato al agua una institución científica. ¡Aunque está la ciencia... como para comprar cuadros